lunes, 30 de mayo de 2011

Una disputa, una farola y una historia al revés

Una palabra no dicha me lleva de vuelta a la sección de oportunidades perdidas de El Corte Inglés más cercano. Esta vez las derrotas llueven por el centro y los anticiclones llenan de amarillo chillón mi mapa con soles que sonrien y dan ganas de estrujar para que sonrían todavía más. Los libros se me quedaron pequeños, no saben que te chivé cual es la respuesta al gran problema sin que sus páginas-ordenadas-por-días pudieran hacer nada. Lejos de amilanarse, y actuando en defensa propia, las páginas de la 26 a la 47, que sospechaban que nuestra historia tenía un nudo, se rieron de mí aprovechando que el lunes les tocaba a ellas. Pues sí, claro que tenía un nudo, venía justo después de la introducción y de nuestro Principio de incertidumbre. Yo prefería no acordarme de él y convertir todo ese tiempo en un momento de inercia que nos impulsara a ver todas las señales que nos advertían de tanto coche roto que no alcanzaba la velocidad mínima y debía abandonar la autovía por la primera salida.

El etcétera y los puntos suspensivos llevan una ardua disputa desde hace mucho tiempo para imponerse como última intervención de nuestra historia, y pretenden que yo sea el encargado de convencer al resto del jurado de la absoluta razón de uno de ellos. Y la verdad, es que había algo que me empujaba a tirarme en marcha, con tanto secreto en la guantera y con el ticket de devolución caducado. Me daba pavor llenarlo todo con lo mismo y que no quedaran márgenes suficientes que me aseguraran que podría responder ante una caída repentina. Por eso, antes, hubiera apostado por un etcétera en todas mis historias que prolongará la felicidad de las miradas con lágrimas en los ojos, como la del zorro despidiendo al Principito. Pero hoy, el reloj se deja vencer por la gravedad y sus manecillas, como mis manos, quedan rendidas. El etcétera ya no puede solucionar nada. Confiando en su solvencia, y en la mía, lo ha hipotecado todo, y su aparición en nuestro final, sólo traería deudas. Por su parte, los puntos suspensivos siempre son tan tristes que sólo alguna canta-autora los querría para sus canciones de tardes de domingo que se transforman en lunes de 36 horas. Su disputa por la victoria se ha convertido para mí en el intento de descubrir cuanto antes la página 232 que me devuelva de golpe al presente.

Los miedos de la farola que ha cambiado de jefe recientemente y teme por su despido se amotinan bajo su luz naranja. Sabe que si se va, esto no será un hasta luego, y los adioses siempre se llevan demasiadas cosas. Las calles pueden iluminarse con muchas luces, por eso tendrá que luchar contra el frío que duerme la buena voluntad de la gente, y que separa en kilómetros las grietas que han superado su longitud crítica y han crecido descontroladamente hasta que entre tú y yo se ha colado este domingo astromántico que nos sube a una azotea que no cree en la magia. Que se transforma en una lucha de gigantes que nos divide en equipos distintos y que me obliga a ganarte, combatiendo mi amarillo feliz con tu naranja nostalgia. Es demasiado pronto para que sonrías. Será mejor que cambies el fondo de pantalla y empieces a redecorar tu habitación antes de que me de tiempo a tomarme el último café con la página 239 que me enseñará a distinguir entre las historias y las leyendas urbanas.

Ya lo sé. Claro que lo sé. Claro que me acuerdo. Cómo podría olvidar todo aquello. Yo fui quien construyó todo esto a base de ilusión y, a cambio, tú borraste la palabra olvido del diccionario. Y, de repente, yo lo tiré todo por tierra voluntariamente a expensas de ti y sabiendo que nunca comprenderías qué había pasado. Sabiendo que nunca encontrarías la palabra que podría solucionarlo todo, pues ya no estaba en tu diccionario. Es difícil que ellos lo comprendan. Los que vengan detrás nunca sabrán la verdad, ni entenderán la diferencia entre ‘must’ y ‘have to’ aplicada a la separación del número dos. Es demasiado pronto para que ellos lo comprendan.

viernes, 20 de mayo de 2011

Pero de pan poquito

Las sonrisas mal disimuladas son nuestra mejor arma contra las elecciones que llegan tarde debido al robo de los meses que huyen incumpliendo años como quien incumple promesas. Hace miles de días, harto del eterno retorno, decidí dar mi propio golpe de estado en las primeras elecciones de amigos en la época universitaria. No quería encontrarle el sentido a lo mal que se llevaban el dicho y el hecho, pero era tan fácil como preguntárselo directamente a ellos, aunque no respondieran entonces, ni respondan ahora. Nunca lo hacen cuando se les interroga directamente por algo. Muestran su cruz y vuelven a ser los mismos desconocidos que 2007 vio llegar a mi vida, cuando realmente creí escoger bien. Sin embargo, las disputas internas, los pactos por conveniencia y la demagogia como forma de expresión permanente, han acabado por hundir definitivamente aquello que creí tan sólido y que ha terminado resultando nada. Desde siempre te venden que el amor no dura eternamente, pero nadie te dice que hay amistades que tampoco. Su tiempo deja de traer días felices y, de una forma muy sútil, no te queda más remedio que abandonarles.

Ahora, no me tiembla el pulso a la hora de intentar sacar adelante una moción de censura que pueda acabar con todo esto que ya no me interesa. Ya no es posible que entiendan la apuesta que hice por cada uno de ellos y la decepción que me llevo con tanta noche de cristales rotos y, sobre todo, de cuchillos largos. Afortunadamente, Cortázar y Rayuela me enseñaron que basta con cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar. Para ello hay que estar muy atento, es el momento del desvío del que hablaba aquella película que nunca ví. La oportunidad para cambiar a las personas que conforman el hemiciclo de mi vida, que durante cuatro años fue ocupado por quien yo consideré mi grupo. No sé cómo, pero creo que ese aire cantábrico tan cercano en Andalucía ha reunido el suficiente apoyo para que pueda concurrir a estas elecciones. Ya sólo tengo que pensar en como hacer cabeza de lista a las gomas de borrar que dejan mensajes entre tanto apunte. A los militantes que todavía quieren formar parte de mi partido. A las mezclas de color imposibles. Y a los cientos de promesas que, gracias al robo de los meses, todavía tengo tiempo de cumplir.