domingo, 17 de octubre de 2021

Iglú

Desbloqueo el móvil, se enciende la pantalla. Apenas son unos segundos, pero lo haré tantas veces que acabaré por agotar la batería. Al otro lado no hay notificaciones que eviten las mentiras del lunes. Un café en el centro, un paseo por Mataleñas, un plan que se aplazó por la oportuna lluvia. Siempre un plural artificial. Mi cara roja, la mirada que se distrae, que no se centra, que los evita. Hasta que coinciden los ojos y me hago débil. Entonces no hice mucho, entonces la limpieza, entonces el estudio. La condescendencia que dejan cuando se van. La vergüenza de no haberlo conseguido, de ser un tramposo, de lo que piensen ellos a cientos de kilómetros. Reescribir el guion para convencerme de que la culpa no es mía, es de la sociedad, que impone, que aprieta, que ahoga. Que me obliga a difuminar, a distorsionar, a retocar hasta tener otra cara, tener otro cuerpo. Se resquebraja la grieta, las distancias aumentan, el cerebro se adapta. Soy ese, el de la foto, no el del espejo. Quizá ellos se lo crean, solo que hoy tendrá un mal día, solo que hoy habrá dormido poco. Empieza la sal a brotar, llega a mis labios, a mi lengua, se acumula porque se darán cuenta del monstruo, porque no resolverán el dolor, porque no aguantarán la contención. No pueden hacerlo. No cambiarán el futuro, no me salvarán, no rebatirán el destino. No pueden hacerlo. Pero sí la boda, pero sí el hijo, pero sí la casa. Cristaliza el sodio, crecen las paredes, me acurruco dentro. Desbloqueo el móvil, se enciende la pantalla.





domingo, 21 de febrero de 2021

Valer lo suficiente

Guardé el recorte del horóscopo en la cartera. No es que yo creyera en esas cosas, pero eran las mismas palabras que él había escrito, no podía ser una coincidencia. El corazón, inocente, puro, me estallaba en el pecho cada vez que pensaba en él. Pero los días pasaron, como pasaron las semanas, y el papel de periódico se empezó a estropear. La casualidad, en cambio, germinó en mi y brotó en culpa. Demasiada película para un tan mal actor. Demasiado pasado para alguien tan prescindible. Demasiado poco para merecerlo. Así que, triste, cogí el papel y, antes de que se rompiera por completo, lo plastifiqué como pude para que me diera tiempo a valer lo suficiente. Pero los meses pasaron, como pasaron los años, y, con ellos, también pasó el plan b, pasó la excusa, pasó el nudo en el estómago, la llamada, la marca, la estación, el cero absoluto, el móvil, el llanto, la infidelidad, la vergüenza. Demasiado trayecto para algo tan sencillo. Así que, furioso, usé las palabras como flechas, las miradas como dardos, para disimular que, por dentro, estaba completamente vacío, igual que esos edificios que arden y de los que sólo queda la fachada. El corazón, corroído, impuro, estaba pidiendo ayuda a gritos. Tratando de cumplir lo prometido, tratando de que no se acercaran a mí esos fantasmas. Deseando que el hombre de fe destrozara al hombre de ciencia. Por eso cogí la línea 6, llegué a Ciudad Universitaria, subí las escaleras del metro, apreté los dientes, ensayé una cara de sorpresa y miré a todos lados. Porque esperaba que, por fin, se cumpliera la predicción. Porque esperaba, por fin, valer lo suficiente para que alguien me quisiera. 

Pero allí no había nadie.