Frente a mí, se caía a pedazos. Yo sabía que era igual que aquel capítulo y, como en la serie, también se preguntaba cómo era posible despertarse cada mañana
sabiendo que debía haberlo hecho mejor. Pero estaba equivocada, no podía.
En mi propio cuarto estaba ese estúpido sofá burdeos
en el que casi no cabíamos dos y era como una metáfora de toda la conjugación española
y de la batalla que me acabó derrocando. También estaba ese teléfono sonando,
sin parar, y ella me miraba como
esperando a que asumiera que estaba volviendo a ocurrir, que el pegamento ya no funcionaba. Claro que estaban todas esas cosas, si no, hubiera sido como dejar por
la mitad alguna de esas historias que sólo me importan a mí.
Todo lo demás
da exactamente igual. Las buenas intenciones, las malas, las causalidades y las casualidades. ¡Dan igual! ¿Han logrado cerrar las heridas? ¿O al menos convertirlas en cicatrices?
¿Han logrado explicar por qué somos lo que somos? ¿Por qué nos pasó todo esto?
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