Los días
eternos son peores que los días grises. Por el agua y las inundaciones. Por no poder
abrir la boca para no ahogarme. Y por tener que escribir las mil palabras de
rigor que compensen el hecho. Y luego otras mil más, porque la balanza se ha vuelto a
inclinar.
No pasa nada, lo cierto es que podría escribir todas las palabras que existen. Por
eso esperaré un poco más. A que algún día sea diferente y al levantarme el robot haya desaparecido. Y con él la báscula que sólo sabe de pesares pero no de sentimientos. Y entonces, ya verás, se irán los ojos mojados de sábado porque ya no tendré nada que vaciar.
Pero puede que ese día no vaya a llegar nunca. Lo sabía,
no lo va a entender. Los días eternos sólo se pueden vencer si te enfrentas directamente a ellos, como hizo Atreyu con la mirada de las esfinges. De cualquier otra forma, no se acaban. Las palabras, en cambio, comienzan a escasear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario